jueves, 5 de marzo de 2009

alguna trágica historia

El día de la discusión, en realidad, no fue un mal día. Acababa de llegar a casa con las compras de la semana, desde muy lejos escuchaba una canción que me recordaba con detalle el invierno que recién había acabado y que aunque mi memoria estaba fresca, me trajo nostalgia como nunca.
Franco estaba sentado en la entrada, apoyando su cabeza contra la pared y haciendo un gesto que desconocía mientras me acercaba, no sabía como procesarlo. En realidad no recuerdo cómo llegamos al clímax de la conversación, sólo sé que de un momento a otro estábamos discutiendo casi sin argumento, con el vil objetivo de herirnos mutuamente, pero antes de eso…había sido un buen día.
Todo había sido un sueño hasta que sentí sus manos en mi cuello, pero no trataban de asfixiarme sino más bien de hacer que lo mirara directo a los ojos, lo único que pude hacer fue sentarme y poner ambas manos sobre mi cara. Sabía que sería el fin, y Franco esperaba a que yo lo suscitara, pero no me atreví, o más bien, no quise.
En realidad, lo peor de perder una amistad no es tratar de ignorarla luego de que la acabas, sino que el verdadero argumento está en cómo la pierdes, y mi razón fue insensata. Enredarte amorosamente con quien llamas casi un hermano es como tirarte a un primo muy querido, sentirte muy arrepentido al día después, estar paranoico durante un tiempo sobre todo cuando están con el resto del mundo, con el resto de la “familia”, y tratar de sobrellevar un hecho que está destinado a producir decisiones fatales…